Una década sin Leonardo Favio, una presencia permanente en la memoria argentina
La de Leonardo Favio es una presencia imprescindible, la de los que no se mueren; pese a la enfermedad que lo atormentó en los últimos años de su vida y que se lo llevó hace ya una década, el 5 de noviembre de 2012, la memoria de muchos y muchas lo mantiene joven y enérgico, tanto como actor, como director de cine, como cantante y como peronista apasionado.
Sus penúltimas energías fueron desplegadas en «Aniceto», rodada como ballet en 2007, que cerraba el círculo iniciado en 1965 con «El romance del Aniceto y la Francisca…», sobre un cuento de su hermano Jorge Zuhair Jury, y fue otra proeza del creador, ayudado por los bailarines Hernán Piquín, Natalia Pelayo y Alejandra Baldón, más la dirección de arte de Andrés Echeveste, la fotografía de Alejandro Giuliani y la música de Iván Wyszogrod.
Su último trabajo fue sin embargo «Gente querible» (2010), uno de los cortos producidos por la entonces Secretaría de Cultura de la Nación, hoy Ministerio, en homenaje al Bicentenario de la Revolución de Mayo.
Antes, dedicó varios años a concebir y redondear «Perón, sinfonía del sentimiento» (1999), un documental de casi seis horas de duración sobre el líder, que reunía lirismo, historia y barricada y por su extensión tuvo dificultades en ser exhibido, para estrenarse casi marginalmente en una sala del barrio de Recoleta que ya no existe y luego se difundió en formatos hogareños. Quedó pendiente «El mantel de hule», un viejo proyecto que se empeñaba en filmar.
Todavía circulan por las redes imágenes del discurso que pronunció, con palabras admiradas y cariñosas, con la emoción en la garganta, dedicadas en el Festival de Cine de Mar del Plata 2008 a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
La paradoja radica en que quienes lo colocan en un papel fundamental en la historia del cine argentino suelen desdeñar su carrera en el canto, aunque en los últimos tiempos son reivindicadas algunas grabaciones militantes; las otras, sin embargo y más allá del «boom» que significaron a fines de los 60 y principios de los 70, son puestas en un casillero de baladas llenas de almíbar y por cierto comerciales. Esas baladas fueron las que le permitieron al creador actuar en multitudinarios shows en otros países cuando tuvo que sobrevivir al largo exilio, obligado por la dictadura cívico-militar que azotó la Argentina desde 1976.
Una vida entregada al arte
Favio nació como Fuad Jorge Jury, el 28 de marzo de 1938 en Las Catitas, al noreste de la provincia de Mendoza, hijo de un ciudadano sirio-libanés y Laura Favio, actriz y libretista de radioteatros en las emisoras cuyanas, lo que con el tiempo fue una referencia para su actividad artística. Luego la familia, incluido el hermano mayor Jorge Zuhair, se mudó a la cercana Luján de Cuyo, desde donde el padre se fue para no volver.
No tuvo una infancia feliz en un barrio marginal de esa ciudad, pasó parte de su infancia en un internado de menores -algo que reflejó en «Crónica de un niño solo»- , tentado por la religión quiso ser seminarista pero su conducta rebelde no lo ayudaba; luego tuvo un paso por la Marina y se escapó a Buenos Aires con el uniforme de reglamento.
La suerte le permitió un trabajo de extra en la película «El ángel de España» (1958), de Enrique Carreras, cuya figura era el entonces rutilante Pedrito Rico, y su imagen de muchacho sano y melancólico llamó la atención de Leopoldo Torre Nilsson, y fue incluido como actor en «El secuestrador» (1958), junto a María Vaner, y «Fin de fiesta» (1960), sus dos primeras colaboraciones con el director conocido como «Babsy».
Los primeros pasos en la dirección cinematográfica
En esos mismos años ya intentaba ser director: con «El señor Fernández», inconclusa, y el corto «El amigo».
Con Babsy también trabajó en «La mano en la trampa» (1961), «La terraza» (1963), «El ojo de la cerradura» (1966) y «Martín Fierro» (1968).
Luego director intuitivo, creador de mundos formidables y también de ambientes opresivos, Favio fue un rostro apacible y al mismo tiempo expresivo a principios de aquella década, y explicaba con humor su ingreso a la pantalla: «Yo me acerqué al cine porque quería ‘levantarme’ a María Vaner», actriz que fue su pareja entre 1967 y 1973 y con la que tuvo a sus hijos Luis María y Leonardo.
Antes de acceder a la gran fama, ya como cantante, en «Fuiste mía un verano» (1969), de Edy Calcagno, trabajó como actor en «El jefe», de Fernando Ayala, y «En la ardiente oscuridad» (1958), de Daniel Tinayre, «Todo el año es Navidad» (1960), de Román Viñoly Barreto; «El bruto», de Rubén Cavalloti; y «Dar la cara» (1962), de José A. Martínez Suárez; «Los venerables todos», de Manuel Antín; «Racconto», de Ricardo Becher; «El octavo infierno, cárcel de mujeres», de René Mugica; y «Paula cautiva» (1963), de Ayala.
A la altura de «Fuiste mía un verano» (1971), dirigida por Emilio Vieyra, donde compartía elenco con Erika Wallner y Ricardo Bauleo, Favio había recibido elogios de la crítica y premios como director por «Crónica de un niño solo» (1965), «Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…» (1967), con Vaner, Elsa Daniel y Federico Luppi en su debut como protagonista, y «El dependiente» (1969), con Walter Vidarte y Graciela Borges en lo que para muchos fue el mejor trabajo de la actriz en su vida.
Quienes lo idolatraban como cineasta lo menospreciaban como cantante; sin embargo, títulos como «Ella ya me olvidó», «Fuiste mía un verano», «Ding dong, son las cosas del amor» y «Para saber lo que es la soledad» («Tema de Pototo», creado por Luis Alberto Spinetta y Edelmiro Molinari) vendieron millones de copias y el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar 1969, en Chile, consolidó su fama internacional. En total, grabó 23 álbumes e incontables simples y EP.
En 1972 acompañó al general Perón, junto a numerosos políticos y personas vinculadas al espectáculo en el avión que lo devolvía a la Patria luego de 18 años de exilio y prohibición, y un año después vivió dramáticos momentos durante la llamada «Masacre de Ezeiza», en la que había sido designado para conducir el acto y desde el escenario se vio envuelto en la violencia armada entre grupos antagónicos.
Su carrera como cineasta continuó en 1973 con «Juan Moreira», con Rodolfo Bebán y una famosa banda sonora de Pocho Leyes y Luis María Serra, y en 1975 agregó «Nazareno Cruz y el Lobo», inspirada en un radioteatro de Juan Carlos Chiappe y protagonizada por Juan José Camero, Alfredo Alcón, Marina Magalí y Lautaro Murúa, la película más vista del cine argentino hasta la aparición del cable y los formatos hogareños -lo que hace muy difícil el cálculo- , récord disputado por «Relatos salvajes», de Damián Szifron, 39 años después.
Lo contrario ocurrió con «Soñar, soñar», la menos vista de su filmografía, interpretada por Carlos Monzón y Gian Franco Pagliaro, lamentablemente estrenada poco después del golpe videlista de 1976, cuando el terrorismo de Estado obligó al gran artista al exilio.
La épica de «Gatica, el Mono
Su regreso al cine como director y guionista fue con «Gatica, el Mono» en 1993, una obra épica en su contenido y en su elaboración, que contó la vida del boxeador José María Gatica (1925-1963) -el de «dos potencias se saludan», en su encuentro con el General- , que convocó a una multitud de extras voluntarios vestidos de época en el Luna Park y le dio el papel de su vida al actor Edgardo Nieva. Como en toda su filmografía, en el guion estuvo presente su hermano Jorge Zuhair Jury.
En lo privado, seguía unido a Zulema Carola Leyton, llamada «Carolita» y famosa por una canción, nacida en La Plata, casada con él desde 1976 y con quien tuvo a María Salomé y a Nicolás. Carolita falleció en 2015.