Recordar Napalpí: a 95 años de la masacre
Desde hace una década, a través de la ley provincial 6.171 se instituyó el 19 de Julio como “Día de los Derechos de los Pueblos Originarios del Chaco” en conmemoración a los hechos acaecidos en 1924.
Por María Caridad Bonavida Foschiatti
En la mañana del 17 de julio, 95 años atrás, comenzaba una de las más cruentas masacres perpetradas en el, por entonces, Territorio Nacional del Chaco. Fue una matanza consumada por oficiales de Gendarmería Nacional, fuerzas policiales territorianas y civiles armados, en las cercanías de la Reducción de Napalpí; en la que se asesinaron entre 500 y 700 personas pertenecientes a pueblos indígenas qom y moqoit, y en menor medida, campesinos no-indígenas. “¿De qué cosa eran culpables?” se preguntaba la abuela Melitona Enrique, una de las últimas sobrevivientes, en una entrevista hecha por Juan Chico y Mario Fernández.
En 1884 el General Victorica condujo las tropas en la denominada “campaña al desierto verde”. Esta “conquista” implicó que la población indígena que no pereciera en las incursiones militares, fuera expulsada de sus tierras y utilizada como mano de obra barata. Con el objetivo de controlar y asegurar su disponibilidad se desarrolló una nueva institución estatal: las reducciones civiles.
La Reducción de Napalpí se creó en 1911, en los lotes 38, 39 y 40, cubriendo 20.000 hectáreas. En 1915 estaban reducidos 1300 indígenas qom, moqoit y shinpi’, que trabajaban en la explotación forestal y en la producción algodonera de la administración, además de ser requeridos por colonos externos a la Reducción para labrar sus chacras y por los ingenios azucareros para la zafra. Las condiciones de trabajo eran nefastas: no había descanso, la paga no era equitativa, era escasa y se hacía en vales (que sólo podían utilizarse en la Reducción); sufrían hambre y no tenían permitido transitar libremente. Lo inhumano de la explotación, el confinamiento y la sedentarización forzosa, se agravaba por el hecho de que eran sometidos a costumbres ajenas a sus formas de vida, expropiados del monte que les había dado alimento, y en el que, por miles de años, habían realizado sus actividades en comunidad.
Los conflictos que enfrentaban a los indígenas y a la administración se daban de manera constante, sin embargo a fines de 1923 y principios de 1924 la situación recrudeció. El Gobernador del Territorio Nacional del Chaco, Fernando Centeno, prohibió la salida de indígenas del espacio jurisdiccional tras el pedido de colonos y empresarios que buscaban impedir que estos fueran a trabajar en los ingenios de Salta y Jujuy, para obtener ellos exclusivamente la mano de obra para el algodón (un cultivo en auge en esa época). Esta medida molestó a los indígenas, porque aunque también eran explotados en la zafra, la paga era mejor.
Colonos y peones qom, moqoit y algunos shinpi’ se retiraron de la Reducción, hacia la zona de El Aguará. Allí, liderados por los caciques Gómez, Maidana, Machado y Dominga, se concentraron para peticionar a la administración mejores condiciones de vida; sin embargo, no obtuvieron respuesta. Esta huelga afectaba tanto a la Reducción como a los estancieros.
Durante el mes de mayo se dieron diversas negociaciones en las que intervino el mismo Gobernador, que fue hasta las tolderías e hizo promesas con la condición de que volvieran a trabajar. Pero fueron incumplidas, por lo que los indígenas permanecieron concentrados. En los alrededores y en Resistencia, la prensa y otros medios fomentaron el miedo por la “amenaza” de indígenas “levantiscos”. En junio se instaló un cuerpo policial en las inmediaciones de la Reducción que los perseguía constantemente.
El 19 de Julio el avión Chaco II del Aero Club Chaco sobrevoló la zona para divisar el lugar exacto en el que se encontraban; Centeno con 130 hombres, civiles y pertenecientes a las fuerzas, masacraron indiscriminadamente a hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos y ancianas, los torturaron y vejaron. Mutilaron sus cuerpos, los enterraron en fosas comunes y a otros los incineraron; los cuerpos de los líderes fueron exhibidos públicamente como “escarmiento”, con el objetivo de extender el terror. Se intentó borrar toda huella, no solo con persecuciones a los sobrevivientes, que se extendieron hasta el mes de septiembre, sino custodiando la zona, prohibiendo a los indígenas enterrar a sus muertos.
Los periódicos y los partes militares dijeron “sublevación”, agitaron la amenaza del “malón” e incluso difundieron la versión de que había sido una pelea entre facciones indígenas. Las víctimas se hacen eco en la voz de Melitona: “Le sorprendieron a los indígenas. Los masacraron sin saber la razón…”.
A pesar de algunas excepciones que denunciaron la masacre, triunfó el ocultamiento. Le siguieron años de olvido y silencio: el olvido de una sociedad que ya no debía preocuparse por “esos salvajes”; y el silencio de unas víctimas que nunca pudieron comprender el horror, y para las que callar fue la única manera de sobrevivir. Sin embargo, el terror no pudo cumplir su propósito, porque no olvidaron. El recuerdo siguió circulando, la memoria se mantuvo viva.
Por esto, Napalpí no es solamente el nombre de una masacre; es también un símbolo de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia que protagonizaron y protagonizan los pueblos indígenas del Chaco. Es la valentía de Melitona Enrique, Pedro Balquinta, Rosa Grilo y tantos otros sobrevivientes e hijos de sobrevivientes que se animaron a romper el silencio y contar lo que habían vivido y escuchado, a rememorar y testimoniar lo indecible del dolor, lo incomprensible de la crueldad. Es el coraje de reclamar el fin de la impunidad y demandar al Estado en un juicio por la verdad, para lograr una sentencia que reconstruya lo sucedido con un sentido de reparación histórica.
Desde el Museo Histórico Regional Ichoalay consideramos que las efemérides no son sólo fechas alusivas sino poderosos instrumentos que forjan nuestra identidad cultural al transmitir los recuerdos que se decide que son significativos. Recordar Napalpí es comenzar a hacer justicia evocando la memoria de quienes fueron históricamente marcados como “los otros”, excluidos de la identidad nacional y provincial. Recordar Napalpí nos invita a la reflexión sobre el pasado, pero también a pensar y modificar el presente.
(Área de Investigaciones Históricas Museo Ichoalay Instituto de Cultura Chaco)
Fuente: Norte