Manuel Belgrano, el hombre que pensó una Nación
Entre los distintos acontecimientos para destacar de la vida de Manuel Belgrano, es importante detenerse en la misión que le encomiendan en España, junto a Bernardino Rivadavia, para gestionar algún arreglo con el rey. Al respecto, es preciso aclarar que el verdadero responsable es Rivadavia y Belgrano es como una especie de «segundón» en la gestión, según se encarga de aclarar luego en un escrito.
Pero lo que le permite su estadía en Europa es ver que se ha derrotado a Napoleón y que la misma Revolución Francesa experimenta un giro a la derecha. Encuentra que los monarcas vuelven a sus puestos de privilegio, por lo que de ahí nace su idea de una monarquía incaica.
En este contexto, Bartolomé Mitre formula duras críticas y llega a decir que José de San Martín y Manuel Belgrano han claudicado de su posición democrática. Lo que no es cierto. Lo que Belgrano le dice a San Martín por carta es que los pueblos originarios de todo el Alto Perú ven con mucho interés la idea de una monarquía incaica, que sería algo así como «un rey que reina, pero no gobierna», algo que hoy todavía tenemos en Gran Bretaña o España.
San Martín apoya totalmente la idea de Belgrano, quien da un discurso dirigido a los pueblos originarios que tiene un gran eco. No hay ninguna claudicación. Y en el Congreso de Tucumán se encuentran con la oposición, con Manuel de Anchorena que dice: «Ustedes lo que proponen con ese Rey Inca es ir a buscar a alguien sucio y medio borracho para ponerlo en el lugar de dirigir estos países. Yo me pongo totalmente».
La posición de Anchorena es muy fuerte y se expresa en que el Congreso de Tucumán declara la Independencia, pero después no dicta ninguna Constitución ni designa autoridades, como había sido su objetivo principal.
Entonces, Belgrano queda con el apoyo de San Martín y de Martín Miguel de Güemes, que están de acuerdo con entroncar, como lo había hecho Juan José Castelli, el proceso de las transformaciones que había nacido al calor de la Revolución Francesa con los intereses de los pueblos originarios.
Cuando se produce ese rechazo a su propuesta en 1816, Belgrano ya no está bien físicamente. Su enfermedad avanza y está tres años con enormes dificultades como jefe del Ejército del Norte en Tucumán. En esa época tiene un intercambio de unas cincuenta o sesenta cartas con Güemes, con quien comparte ideas acerca de lo que pasaba con la gente de Buenos Aires a la que no le daban recursos suficientes.
Por una cuestión de disciplina, Belgrano sigue en el cargo aunque considera que es el gobierno de Buenos Aires el que manda.
Entonces, se agrava aún más su estado de salud y finalmente decide dejar el mando del Ejército del Norte cuando observa que algunos oficiales están en contra de Buenos Aires y que Francisco Fernández de la Cruz lo puede reemplazar. Estos van a ser los antecedentes del Motín de Arequito, que para Mitre es la anarquía cuando en realidad no lo es. Lo que ocurre es que hombres como Paz, Heredia y otros se convierten en caudillos de distintas provincias y Belgrano se retira a Buenos Aires.
Belgrano se retira pobre y enfermo. Incluso, tiene que pedir dinero a algunos amigos para pagar sus gastos de alojamiento en distintos lugares, hasta llegar a Buenos Aires, donde se aloja en la vieja casona familiar. Allí, su estado de salud decrece y no tiene ningún apoyo. A su médico le regala un reloj, como forma de pagarle los honorarios; y a su amigo Celedonio Balbín le manda una carta diciéndole: «Sé que estoy cerca de la muerte y no tengo con qué cancelarle los préstamos que usted me hizo, pero el gobierno va a tener que asumirlo como propios porque ellos me deben sueldos atrasados».
Es decir, Belgrano seguía siendo general en jefe del Ejército del Norte, pero no le llegaban los sueldos. Insiste en que le envíen el premio que le habían dado por las Batallas de Tucumán y Salta, un dinero que luego se utiliza para cuatro escuelas. Como todos saben la educación era fundamental para él.
Otro de sus pedidos fue una precisa indicación al hermano para que sea protector de su hija extramatrimonial Manuela Mónica del Sagrado Corazón, que había tenido con Dolores Helguera. En Buenos Aires había tenido un romance con María José Ezcurra, la hermana de Encarnación Ezcurra, con quien tuvo un hijo al que llamó Pedro Pablo. A él Juan Manuel de Rosas lo toma como adoptivo y pasa a la historia como Pedro Pablo Rosas y Belgrano. Es un dato curioso porque Belgrano no tenía nada que ver con Rosas y, como todos saben, murió el 20 de junio de 1820, cuando la figura de Rosas empieza a tener cierto ascendiente para luego convertirse en el jefe de la Confederación.
En todas estas historias lo que predomina es la solidaridad de Belgrano. Cuando San Martín le insiste en que él pase a ser el jefe, acepta esta cuestión por una cuestión de obediencia y generosidad. Celebra el triunfo de San Martín en Maipú y, especialmente, su designación en Perú, lo cual lo revela como un hombre de una abnegación notable, como una figura de una profunda honestidad y una gran capacidad de servir a la patria en cualquier terreno que correspondiese.
Así lo hizo hasta que se lo permitió la enfermedad. Finalmente murió a los 50 años, dejando el imborrable recuerdo de sus triunfos en Tucumán y Salta, que coincidieron con los de San Martín en San Lorenzo. Ambos jefes militares se convirtieron ese año en los más importantes líderes de la revolución. Luego, las dificultades que tuvo y la falta de reconocimiento, hicieron que muriera pobre, solo y endeudado, aunque dejando el ejemplo de un verdadero patriota.