Los rugbiers recibieron la visita de sus padres por primera vez en el penal de Dolores
Este jueves, la fila comenzó con la mañana en la entrada de visitas del penal de Dolores: hijas e hijos y parejas y familiares con bolsas de ropa y tuppers y mercadería esperaban para entrar a ver a su gente presa en la cárcel más sobrepoblada de la provincia, 885 detenidos en total. Saben de los diez acusados de matar a golpes a Fernando Báez Sosa que están en el sector de alcaidía desde ayer, acostados en camas cucheta con un inodoro para compartir, pero ninguno habla del tema si le preguntan, se callan, hasta que dos chicas rompen el silencio.
“Están en un pabellón de refugiados esos giles”, dicen. El Servicio Penitenciario Bonaerense no quiso correr ningún riesgo de cara a un crimen que es considerado de cobardes entre presos: a los diez de Zárate les dio el sector de alcaidía en la planta alta de la cárcel entre los sectores 9 y 10, ocupados por presos evangélicos. No tendrán contacto con ningún otro preso, no por ahora. Un efectivo de rango entre los guardias del SPB los supervisa y no deja que nadie entre al lugar.
Del otro lado del muro el rencor es obvio. Desde dentro del penal, un veterano de años en las jaulas provinciales dice: “Loco, ¿qué onda ‘los rugby’? Dicen que hacen eso con los todos los que entran y a cualquier guachito que ingresan lo apuñalan o lo cagan a trompadas o les roban las zapatillas, no como a estos giles que les hicieron una pieza para diez”.
En Dolores, las visitas se reparten en los días de la semana por sector o por letra del apellido del detenido. Para “los rugby”, el día de visita es hoy, el jueves es la jornada reservada para detenidos de alcaidía, sus familias verán a sus hijos en el sector de Escuela del penal. No se conoce el horario, hay muchas especulaciones entre los cronistas que hacen guardia en la puerta de la cárcel. Hasta mediados de la mañana ninguno de sus padres que solían visitarlos en la Comisaría 1º de Pinamar fueron vistos en la fila de hoy, como Marcial Thomsen, padre de Máximo, “Machu”, el más complicado de todos los detenidos, acusado de la autoría material del asesinato a patadas en el cráneo, marcado en los videos y en las ruedas de reconocimiento. “No hicieron ningún plan para matarlo, esto es una locura”, dijo Marcial días atrás frente a donde estaba detenido su hijo.
Las reglas de la comisaría para las visitas son quizá más laxas, el acceso es más directo, no hay que hacer tanta fila, en la cárcel se hace cola desde temprano para no perder el turno. Ahora la vida es otra: hay varias reglas que los padres de los acusados tendrán que memorizar si quieren verlos. Hay una muy simple, para empezar. Nadie viste de negro en la cola de la visita. Está prohibido, cualquiera que vaya a un penal bonaerense lo tiene que saber: del otro lado, ese color se reserva para los carceleros del Servicio Penitenciario.
Las reglas, por otra parte, están escritas: Juan Baric, ex subsecretario de Política Penitenciaria, firmó el último Manual de Procedimientos de Requisa en 2017, vigente hasta hoy. La búsqueda de celulares y facas es solo el comienzo: solo en el primer cuatrimestre de 2018 se secuestraron en las 56 cárceles provinciales 7822 teléfonos y 4324 puñales, de acuerdo a datos oficiales: hubo más de 25 mil smartphones incautados al final de ese año. El personal de requisa es específico, hay grupos que filtran en la entrada entre las bolsas de mercadería de las visitas y otros que buscan en las celdas. El registro en cavidades íntimas no está permitido para las visitas, lo prohíbe el inciso C del artículo 12 del reglamento interno. Los pañales de los bebés deben ser cambiados en el momento. Hay visitas con métodos de contrabando particularmente ingeniosos: cargadores de celulares dentro de empanadas, navajas en paquetes de fideos.
Los rugbiers se deberán dejar revisar con una linterna en la boca, quitándose la ropa: el protocolo prevé que las cavidades solo sean “revisadas de vista”. Un carcelero puede pedirles que hagan una sentadilla por si se cae algo, según el Manual.
El artículo 43 establece que sus padres no podrán llevar frutas o papas que sirvan para fermentar y hacer pajarito, bebidas alcohólicas clandestinas, no podrán llevar envases de vidrio que se puedan usar como filos para apuñalar, comida con rellenos como budines o tartas que oculte droga o cualquier otra cosa: la harina y el café se traspasan en el mismo lugar a bolsas de plástico y deben venir en su envase original cerrado. Las latas también se abren. Una botella de gaseosa oscura, una bebida cola por ejemplo, está fuera de cuestión: adentro puede haber un cuchillo. Las biromes también tienen que ser transparentes. Adentro de un tubo oscuro, también, puede haber cualquier cosa.
La yerba es un ítem particularmente sensible. “Puede ser impregnada con alcohol fino u otra substancia”, asegura el Manual. El contenido del paquete se debe volcar y registrar: puede haber marihuana mezclada entre el mate. Los panes de manteca y los potes de dulce de leche también son problemáticos, lo mismo los jabones. El desodorante en barra tiene una particularidad extraña. “Hay que tener especial cuidado ya que colocado el trozo de la barra debajo de la lengua produce efectos alcohólicos y puede llegar al estado de embriaguez”, asegura el reglamento.
Los osos y muñecos de peluche también se encuentran terminantemente prohibidos.
La cárcel de Dolores no será permanente para los diez de Zárate: permanecerán allí hasta que el Juzgado de Garantías Nº6 firme un eventual pedido de prisión preventiva. Su próximo destino podría ser la Unidad Nº57 en Campana, más cerca de sus familias, una cárcel construida para jóvenes de 18 a 21 años como ellos, con inodoros de cemento, la amplia mayoría de barrios vulnerables, presos por robo, no por matar a patadas en manada.
Fuente:
Infobae