Espectaculo

Hacia donde la curiosidad te lleve

Jorge Castillo Miró es multifacético y netamente curioso. Se adentró en el arte desde niño por la influencia de sus padres, de joven se dejó tentar por el mundo del psicoanálisis, el cine y la música. Aprendió a integrar tan bien todas sus pasiones que hoy el Centro Cultural Ercilio Castillo es muestra de ello. Perfil de “un tipo que probó de todo” como se autodefine.

“Pertenecemos a un contexto social y a una estructura cultural, ese ambiente que compartimos con los demás es el entorno que da marco referencial a nuestras  vidas y realizaciones”.

Jorge Castillo Miró, Desde que soy, 2013.

Durante mayo de 1969 una seguidilla de protestas en contra de las reformas que el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía había establecido sacudieron la Argentina. Jorge -que estudiaba psicología en la Universidad Nacional de Rosario- fue testigo de cómo las protestas, que habían comenzado en otras partes del país, llegaron a la ciudad santafesina. El 16 de marzo de ese mismo año se produjo el primer Rosariazo donde la policía reprimió de manera violenta la manifestación -con gases lacrimógenos y golpes- terminando por asesinar al estudiante Adolfo Bello. Jorge estaba llegando al comedor de la universidad, como le era habitual, “¿te enteraste que mataron a un estudiante?” le preguntó un compañero. La oscura época que pasaba el país se había llevado la vida de un estudiante.“Fue cuando sucedió el Rosariazo. Con la cámara colgando del cuello volví a mi pensión y nada de comida ese día” relata.

En Rosario Jorge comenzó a realizar animaciones en Super-8.

Años después escribió: “Entre gases lacrimógenos, prepotencia académica y algunas tristezas seguimos estudiando, haciendo música, cine y colaborando con los amigos de Arteón. No nos iban a derrotar tan fácil”. Jorge, que siempre estuvo “metido en todo” -como dice él- nunca se involucró demasiado en la política pero se sintió inmerso en aquel hecho político. Luego descubriría – a través de su práctica cotidiana en el consultorio privado así como en los hospitales, la escuela de educación especial y campañas de defensa del entorno natural- su enfoque, lo que él denominó: psicología ambiental, campo de la psicología que se centra no solo en la persona, sino también, en el contexto social, cultural y político los que incluyó el ambiente natural «por ser el soporte que sistema la vida de todos los seres vivos». Al volver a Chaco, creó la fundación Ambiente Total que tiene en cuenta la unión entre lo cultural y lo natural y su perpetua interacción a la hora de reclamar  defender el ambiente.

El remo fue el deporte predilecto para Jorge.

En Rosario también se estimuló su pasión por el cine. Comenzó a asistir a las reuniones del grupo Arteón – un grupo artístico que hacía publicidad cine y teatro- y a las funciones del Cine Club de Rosario, el primer cineclub creado en el país. Allí, comenzó a realizar principalmente animaciones en Super-8. Cuando volvió al Chaco realizó el primer largometraje de ficción de la provincia en el año 1975: Nosotros y los Otros, que combinaba ficción con personajes de mitos regionales e historia local, como el Pombero e Isidro Velázquez. Su pasión por el cine sigue intacta y se refleja en los ciclos de cine que realiza todos los jueves y viernes en el Centro Cultural Ercilio Castillo.

“Los psicólogos siempre somos medio soñadores” dice con picardía. Fue cuando terminó sus estudios en la escuela Normal Mixta Sarmiento de la ciudad de Resistencia y se recibió de maestro que decidió estudiar psicología en la Universidad Nacional de Rosario. Había crecido en un mundo totalmente distinto, donde reinaban los títeres, el cine, la cerámica, la música, el arte en general -lo que también le dio un sustento ideológico para su futura profesión-. Él asegura que no existen fronteras entre el arte y la psicología, que la relación entre ambas «manifestaciones del espíritu» es profunda y permanentemente interacitiva e interdependiente. “Los psicólogos manejamos mucho las cosas más sutiles del ser humano como el pensamiento, la reflexión y la imaginación. Todo lo que tiene que ver con el arte y la manifestación, que por supuesto incluye mucha curiosidad. Por eso, si el psicólogo no hace arte o no tiene práctica en actividades artísticas tiene un rendimiento insulso, yo lo veo así” asegura.

En la casa de los Castillo-Miro fluía el arte. Practicar música, hacer cerámica o títeres eran actividades habituales. El padre de Jorge, Ercilio Castillo, disfrutaba pasar su tiempo con sus amigos y los amigos de sus amigos. Jorge, siempre curioso, formaba parte de aquellas reuniones haciendo cerámica y escuchando atentamente todas las disquisiciones filosóficas y políticas de aquellos señores. “Por eso, en esa época era medio adultito” explica Jorge. En uno de esos encuentros conoció a un abogado amigo de su padre que tenía un hermano menor: Ariel.  Dos años mayor que Jorge, santafesino que visitaba a su hermano mayor de vez en cuando. “Macanudo” y «muy noble” es como lo describe Jorge. Entre visita y visita forjaron una profunda amistad. Cuando el primero volvía a su hogar las cartas circulaban de provincia en provincia. En ese escenario se gestó otra de las facetas de Jorge: la literaria. Las cartas eran para estar comunicado con el otro, para que los setecientos y tantos kilómetros se sientan un poco menos. Pasaron los años y se reencontraron en Rosario donde Ariel estudiaba Medicina. Un día, en el comedor de la universidad se acercaron dos compañeros que vivían en la misma pensión que su amigo “¿supiste que falleció Ariel?”. “Ese momento fue de quiebre en mi vida porque era mi único amigo de verdad, a quien podía llamar amigo”. En el mismo comedor en el que se había enterado del Rosariazo otra pregunta marcó un antes y un después en su vida y esta vez llevaba dentro el nombre de un amigo.


“Querido Jorge, estuve varias horas contigo haciendo la vida que a los dos  nos gusta, te imaginarás que me voy      contento con el recuerdo de nuestras andanzas. La vida solo tiene sentido  cuando se la vive en profundidad y en      altura, no cuando nuestras experiencias tocan solo la superficie. Por eso, estoy y estaré a tu lado en todo lo que vivas intensamente”.

   Ercilio Castillo, (1964) Despedida a Jorge cuando regresa a Resistencia tras visitarlo por primera vez desde que se instaló en Rosario.
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Jorge se parece a su padre. El parecido físico es indiscutible pero de él, sin dudas, también heredó el polifacetismo innato. Ercilio Castillo nació en el año 1915 en Esquina, Corrientes, un pueblito conocido por sus Fiestas de la Sandía y por ser cuna de personajes como Diego Armando Maradona o Jaime Martinoli. Allí, Ercilio creció y se recibió de maestro. Con sus estudios finalizados se mudó al Chaco para trabajar, y conoció a Irma Miró, también maestra, con quien compartió su vida desde ese primer momento y con quien tuvo sus dos hijos: Elbita y Jorge. Juntos, trabajaron en una escuela rural de la localidad de La Clotilde. La escuela número 340 que hoy lleva el nombre de su fundador: Ercilio y del director que le sucedió cuando el matrimonio fue trasladado a la ciudad de Resistencia. Además, de docentes eran gestores culturales: organizaban veladas teatrales, de folklore y crearon el Teatro de Títeres Dómine. Su trabajo social se ve reflejado en los recuerdos y homenajes que perduran hasta el día de hoy en aquella localidad. Además, ya en Resistencia, Ercilio practicaba teatro, cantaba en el Coro Polifónico de Yolanda Pereno de Elizondo – de quien era muy amigo- ;fue ministro de educación de Corrientes y acompañó por años en la gestión de la Dirección de Cultura del Chaco a la Sra. Pereno de Elizondo.

En homenaje a su padre Jorge creó el video “Amor al arte: homenaje a Ercilio Castillo.”

 

Jorge Castillo Miró sonríe al hablar de sus padres. Lo siente en la piel, se refleja en su rostro y en las paredes del Centro Cultural con vitrinas repletas de recuerdos: obras de cerámica de su padre, fotografías de su madre y menciones y cuadros de los dos. Una gigantografía de ambos parece inundar todo el lugar del amor que emana, donde se los ve -a Ercilio y a Irma- parados bajo un umbral de la puerta del rancho en el que vivían cuando trabajaban en el interior, mirándose a los ojos con sonrisas que dan la sensación de que la foto no necesita epígrafe. Quien escucha a Jorge hablar de ellos les toma cariño espontáneamente como si los hubiera conocido. Jorge, sigue viviendo en la casa de su infancia en la calle López y Planes al 336, en el casco histórico de Resistencia. Casa que hoy es también el Centro Cultural Ercilio Castillo, que al mismo tiempo pareciera ser una especie de altar – al arte y a los recuerdos- donde se admite la nostalgia y el tiempo parece detenido. Aquella casa antes de ser centro cultural fue -primero y sobre todo- hogar. Donde él compartía la vida, el arte y la curiosidad con sus padres y su hermana. Casita con rejas verdes y paredes blancas que conserva su esencia de hogar recibiendo, alojando y recordando a los curiosos y curiosas que como Jorge y sus padres tienen esa «mala/buena costumbre” de jugar y divertirse “como locos” probando de todo.

Irma falleció a los 99 años en el año 2014, Ercilio diez años antes.

¿Hacia dónde lleva la curiosidad a un tipo “común y silvestre»? A Jorge Castillo lo llevó por muchos caminos pero él no eligió uno sobre otro, al contrario, se volvió experto en el arte de integrar, de unir cosas casi antagonistas -como la ciencia y el arte- y crear con aquello conocimiento que le sirve para comentar una película hasta para escribir un libro sobre una extensa investigación. Por esa curiosidad también se encuentra con aquello que no le resuena y lo critica firmemente, sin pelos en la lengua. Ahora lo hace a través de facebook y –desde que regresó a Resistencia- en los diarios de la provincia. Sea cual fuere la plataforma elegida, Jorge siempre hace uso pleno de su libertad de expresión. Así también, en los ciclos de cine no pasa solo las películas alegres o agradables y utiliza ese mismo criterio al elegir qué recordar. Quizás, la curiosidad lleva a un tipo como Jorge a adentrarse en lo incómodo tanto como lo esperanzador, a pensar que al final la vida y el cine no son tan distintos como se los plantea y que aceptar lo bueno sobre lo malo es levantarse en medio de la función dejando la película inconclusa.

Por Ana Paula Quinteros

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