Especialistas advierten sobre el proyecto para cría intensiva de cerdos en Argentina
La noticia de que Cancillería se encuentra en plena negociación de un acuerdo con China para la producción y exportación de carne porcina, que implicaría la construcción de al menos 25 granjas industriales en distintos puntos del país, despertó un intenso debate acerca de los costos ambientales y sanitarios que podrían tener lugar si tal inversión se concretara.
En diálogo con biólogos, ingenieros y veterinarios, Agencia CTyS-UNLaM indagó en el entramado ambiental y sanitario actual detrás de la producción cárnica, la problemática del control de residuos y la relación íntima entre estos, el ecosistema y la salud.
¿Qué pasa con los residuos?
Los efluentes de los sistemas intensivos de cría generan dos tipos de residuos importantes. Por un lado, exceso de nutrientes (nitrato y fósforo) y, por otro, bacterias que se filtran a las napas subterráneas o que incluso pueden llegar a los cuerpos de agua, como lagos, arroyos y ríos.
“Si el nivel de las napas es superficial en la zona en la que se construyen los corrales de engorde, y si el suelo presentan una textura arenosa, es posible que se favorezca la lixiviación de elementos contaminantes, los cuales pueden modificar drásticamente las calidad físico-química del agua subterránea”, explicó el investigador del laboratorio de Prospección Geofísica de Acuíferos con Fines Agropecuarios (LPGA-UBA), John Márquez Molina a la Agencia CTyS-UNLaM.
El ingeniero señaló que el exceso de nutrientes en el agua “favorece el proceso de eutrofización”, es decir, que aumenta el crecimiento de algas y materia orgánica, al tiempo que disminuye la cantidad de oxígeno en los sectores profundos del cuerpo de agua, “afectando el desarrollo de la biota y limitando de forma significativa los distintos usos que se pueden hacer del recurso, entre los que se cuenta el consumo humano”.
En esa línea, apuntó: “Estos problemas se presentan principalmente cuando no existe un óptimo diseño de los corrales, especialmente con una serie de estructuras tendientes a la contención y manejo de los efluentes, en particular del estiércol. Por lo tanto, las operaciones de manejo de los mismos son un factor fundamental”.
El otro enemigo invisible
Pero, quizás, uno de los problemas más acuciantes viene del lado de las bacterias y patógenos, cuyo itinerario no termina en las inmediaciones de la zona de cría, sino que, por medio de la interacción con el ecosistema y el traslado por los cuerpos de agua, pueden arribar a zonas urbanas y desencadenar problemas sanitarios.
A esto se suma el mal uso de antibióticos en estos modelos productivos, que producen resistencia en las bacterias y deja sin efecto a muchos de los fármacos disponibles para curar infecciones, tanto en humanos como en animales.
Según el Consejo de Defensa de Recursos Naturales de Estados Unidos (NRDC por sus siglas en inglés), el 65 por ciento de los antibióticos producidos anualmente se destina a la cría de animales como método preventivo de infecciones y como promotor del crecimiento.
“El problema es que las bacterias más resistentes que crezcan en esos ecosistemas donde estén los cerdos, los pollos y las vacas con alta concentración de antibióticos van a empezar a seleccionarse. Aunque no comamos esos animales, esos microorganismos van a migrar del campo a la ciudad, y después aparecen en las aguas, en los residuos industriales, en los hospitales”, explicó el investigador Superior de CONICET, Alejandro Vila, a la Agencia CTyS-UNLaM.
Según Vila, cuando se expone innecesariamente a las bacterias a antibióticos, se acelera un proceso de selección evolutivo que, en estos microorganismos, ocurre a gran velocidad: “Las bacterias van mutando rápidamente: el tiempo de duplicación es de 20 minutos. Esto implica que, en una hora, podemos tener tres generaciones de bacterias, lo que a escala humana demoraría un siglo”.
En un medio donde conviven diversos tipos de bacterias, tanto patógenas como benéficas, el antibiótico mata a todas aquellas que sean más sensibles, pero las resistentes sobreviven y aumentan su proporción, generando un nuevo arsenal de respuestas para su supervivencia y, luego, compartiéndolo con otras a través del intercambio genético.
Un cambio necesario
Si se utilizan de forma incorrecta los antibióticos, el sector sanitario puede quedarse sin herramientas para tratar infecciones, un problema sobre el que la OMS genera advertencias desde el 2005 y sobre el que estima que, para el año 2050, puede ser la causa de muerte de 10 millones de personas anualmente.
En el caso argentino, el Laboratorio Nacional de Referencia en Resistencia a los Antimicrobianos (LNR) releva la presencia de bacterias resistentes en hospitales y, según un estudio publicado en 2015 en la revista Panamericana de Salud Pública, para ese año llegó a detectar algunos tipos de enterobacterias con resistencia en más de 300 hospitales argentinos.
“En el 2015, empezamos a tomar muestras en frigoríficos de cerdos, de pollos y de bovinos, que son las tres producciones más importantes para el sistema alimentario argentino, y también en materia fecal de estos animales para ver si encontrábamos resistencia a distintos antibióticos. El resultado fue una elevada presencia de bacterias resistentes, producto de años y años del uso inadecuado de antimicrobianos”, advirtió el Director de Productos Veterinarios del SENASA, Federico Luna.
En esa línea, el veterinario resaltó que, en muchas ocasiones, “el antibiótico es utilizado para tapar malas prácticas agropecuarias” en las que el animal no tiene suficiente espacio y luz, carece de una buena alimentación y de condiciones de higiene adecuadas. “Si el animal goza de buena salud no se enferma, y si no se enferma no tenemos que administrar antibióticos”, precisó.
Luna también es uno de los integrantes de la Comisión Nacional para el Control de la Resistencia Antimicrobiana, implementada en 2014 por el Ministerio de Salud de la Nación. Desde ese momento, el sector productivo y veterinario se sumó a la cruzada que el Instituto ANLIS Malbrán llevaba desde hacía décadas en el ámbito de la salud humana.
El funcionario subrayó que, pese al viraje que se dio en Argentina desde el 2015, el problema de la resistencia microbiana y, fundamentalmente, su interacción con el medio ambiente, es una temática sobre la que escasean los estudios: “Hoy, en el mundo, se desconoce qué es lo que pasa en el ambiente: no sabemos cómo se comportan las bacterias o cómo se comportan los genes de resistencia en el medioambiente”.
Por su parte, Vila sumó que la contaminación ambiental afecta de forma diferencial en función de las condiciones de vida: “Hay una migración a través de las aguas, que llega a los ambientes urbanos con menor higiene y mayor hacinamiento, generando una vulnerabilidad sanitaria adicional”.
Los controles
En algunas regiones, como por ejemplo en la Unión Europea, el uso de antibióticos está prohibido desde 2006 y fue reemplazada por el desarrollo de otros insumos que promueven el sistema inmune y el bienestar de los animales sin potenciar la selección de bacterias patógenas.
Vila señaló además que el uso inadecuado de antibióticos acelera procesos evolutivos en las bacterias, y que esas prácticas desaconsejables se podrían reemplazar –con regulaciones e intensivos estatales mediante- por tratamientos con probióticos y prebióticos, amigables con el ecosistema.
En los últimos años, Argentina comenzó a tomar medidas pioneras en la región latinoamericana para regular el uso de antibióticos en el sector pecuario. Por ejemplo, en 2019 se prohibió el uso de la colistina en animales para preservarla como último recurso médico frente a infecciones graves.
“Después de haberla prohibido, no hemos tenido ningún impacto negativo en la producción de cerdos y aves argentinos. Los productores supieron prescindir de ese antimicrobiano y reemplazarlo por otras herramientas de bioseguridad”, valoró Luna, y adelantó que el próximo paso será la prohibición de antimicrobianos como promotores de crecimiento.
Sin embargo, en lo que refiere a la gestión de efluentes pecuarios y el cuidado del ambiente, el panorama es más difuso. “En la Argentina, no hay normas específicas a nivel nacional respecto al manejo de estiércol provenientes de establecimientos de engorde a corral”, sumó Márquez Molina.
Lo que sí existe es la Ley Nacional de manejos de efluentes productivos -la Ley 24.051- pero que no contiene precisiones acerca de esta pata de la industria. De manera que el control y habilitación de estas producciones depende de cómo lo resuelva cada provincia.
Para el caso de Buenos Aires, una de las provincias que cuenta con más regulaciones sobre el recurso hídrico pero que, en algunos casos, se pisan o contradicen, la Autoridad del Agua (ADA) es, desde 1999 y a partir de la Ley 12.257, la que se encarga de controlar los establecimientos de producción intensiva. No obstante, fue recién en 2013 que este organismo generó una resolución específica con los requisitos para el tratamiento de efluentes de producción porcina, tambos y feedlots.
Márquez Molina resaltó que, si bien el impacto ambiental de estas actividades está ganando terreno en la agenda internacional, sobre todo por el peligro de la transmisión de patógenos y bacterias a través del agua, su pronóstico a nivel local es más reservado.
“Si no hay normativas de control claras y específicas al respecto –reflexionó- estos serán temas que se discutan de forma general en el mejor de los casos. En el sector productivo, se maneja más una idea de equilibrio económico, pero me temo que son muy pocos a los que les interesa mantener un equilibrio sostenible o amigable con el ambiente”.
En rigor, sostuvo que el mayor inconveniente radica en la falta de “modelos robustos de monitoreo” del impacto de los efluentes en el recurso hídrico. “En algunos casos el problema que existe es que algunos importantes establecimientos se desarrollaron y crecieron más rápidamente que las normas existentes para regular la actividad y allí hay un cruce de intereses”, concluyó.