El hambre puede ser más mortífero que el Covid-19
El hambre, fruto de los problemas sociales y económicos desatados por la pandemia, causaría 12.000 muertes por día a fines de este año según el Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre. Este número, superaría ampliamente la cantidad de muertes que produce el Covid-19 hasta el momento, inclusive en los países más afectados.
Argentina, considerada uno de los grandes productores de alimentos, debería tener este problema resuelto, pero amargamente no es así. Hace poco más de medio siglo atrás, el mundo nos conocía “como el granero del mundo”. Bastaron unas cuanta décadas para que esto se revierta, una tragedia imperdonable que debería avergonzarnos a nosotros mismos y que es más dolorosa cuando hablamos de desnutrición infantil.
“Mientras perdemos tiempo, miles de niños van entrando a un cono de sombra del que ya no saldrán jamás. Si queremos una gran Nación tenemos primero que preservar el cerebro dentro del primer año de vida y luego educar ese cerebro. El cableado neurológico depende de alimentación en un 50% y otro 50% en estimulación durante ese año. Debemos dejar de pensar en las próximas elecciones y empezar a pensar en las próximas generaciones”, advertía ya en 2008 el Dr. Abel Albino, creador de la Fundación Cooperadora para la Nutrición infantil (CONIN).
Un crecimiento deficiente en los primeros años de vida condena a los niños a un desarrollo inadecuado e insuficiente de sus capacidades cognitivas y aprendizaje. Son los más pequeños el futuro de todo país y la continuidad de la especie humana. Los jóvenes del futuro serán el reflejo de la alimentación con que cuenten en un presente. UNIFEC advierte que una gran cantidad de niños menores de 5 años tendrá consecuencias físicas debido a una mala alimentación y un sistema alimentario deficiente.
En América Latina y el Caribe, según el relevamiento de 2018, 4,8 millones de niños menores de 5 años sufrieron retraso en el crecimiento, 0,7 millones padecieron emaciación (adelgazamiento patológico) y 4 millones presentaron sobrepeso.
Pata Pila da batalla
Donde el Estado no llega por falta de recursos, capacidad o indiferencia, las ONG hacen un gran trabajo en esos terrenos difíciles. Diego Bustamante, un joven porteño de Recoleta, decidió hace años dejarlo todo para ayudar a los más necesitados, fundando una asociación civil llamada Pata Pila que se enfoca en la prevención de la desnutrición infantil con un equipo de profesionales.
“Comenzamos en 2015 con los primeros niños en las comunidades guaraníes y hoy ya estamos atendiendo a 700 chicos todas las semanas. Cuando digo atender es dar seguimiento a toda la familia, todas las semanas. Lo más importante es el vínculo de confianza que construimos con ellos. Tratamos de replicar la metodología interdisciplinaria de CONIN, la única diferencia es que ponemos una impronta franciscana. Las comunidades originarias tienen un cultura muy particular, otros tiempos, otros procesos y otras logísticas también”, aseguró Bustamante.
Su historia comienza en Salta, pero luego extiende sus horizontes a otras provincias argentinas llegando a Mendoza, Entre Ríos y Buenos Aires. En Pata Pila trabajan actualmente 45 personas rentadas y 50 voluntarios, en las zonas más pobres y marginales de nuestro país.
La religión no es un tema menor entre tantas culturas y credos diferentes, pero en Pata Pila supieron sortear estos impedimentos a la hora de ayudar. “Yo llegue allá con la misión franciscana y el carisma de Pata Pila es franciscano, pero los frailes están más enfocados en la parte pastoral y yo en lo social. Las diferentes comunidades profesan otras creencias religiosas. Hay mucha presencia de las iglesias evangélica y anglicana. Nosotros no trabajamos desde la iglesia, sino que trabajamos desde nuestro lado laico. Como no soy un religioso le encontré la vuelta para llevar a lo profundo los valores cristianos, pero sin la etiqueta religiosa,” contó Bustamante.
Coronavirus en zonas inhóspitas
El Coronavirus trastocó la vida en las ciudades e intensificó la dificultad en zonas que de por sí no cuentan con buenos accesos, el alimento es escaso y las condiciones sanitarias son muy precarias e insuficientes.
“Los centros de Pata Pila los tuvimos que cerrar con la llegada del COVID-19. Después conseguimos en diferentes provincias los permisos locales y nacionales. Así fue como algunos equipos volvieron a trabajar pero de manera itinerante. Comenzamos a ir a las casas de las familias en las comunidades, sobre todo en los casos de desnutrición graves y moderados. En algunas comunidades pudimos comenzar a atender con distanciamiento social y a grupos por turnos, pero todavía no estamos funcionando del todo bien”, afirmó el fundador de Pata Pila.
La pésima higiene y los problemas de agua, donde los que tienen agua tienen agua de muy mala calidad, traen muchos problemas de salud. Además, el 30% de los chicos relevados en esas comunidades tienen desnutrición. Si el Coronavirus se propagara en estos lugares, sería un desastre.
Una cuestión cultural
Otro desafío no menor, es la diversidad cultural. Hay que desarmar nuestra lógica para poder entender la del otro y entrar en contacto con esa realidad que nos es en principio ajena. Diego Bustamante nos cuenta cómo hacen este doble trabajo para ganar batallas a la desnutrición y superar el abismo cultural que los separa: “Relevamos las distintas comunidades, detectamos cuáles son los casos de niños con situaciones críticas y empezamos a trabajar con la familia. El trabajo tiene que ver principalmente con la educación de la familia. Es decir, darle las herramientas necesarias para darse cuenta de la situación en la que está su hijo y qué variables puede cambiar.”
Para Pata Pila el foco está puesto en trabajar con la familia para que sea esta institución la agente transformadora de su realidad. Para ello, juega un papel importante el hospital de la zona y el acompañamiento que brinda Pata Pila para sacar el turno, trasladarse y conseguir los remedios. Muchas veces son las familias las que se niegan y pasa a ser un tema cultural.
En palabras de Bustamante, “hay que trabajar con ellos y desde ellos, no con nuestra lógica. Nuestra filosofía es no avasallar al otro, respetar, entrar en contacto con la realidad del otro, con mucho respeto y sabiendo que la vida del otro es sagrada y uno no es quién para dirigir ni imponer. Hay que acercarse con amor y respeto, ese es el éxito del trabajo de Pata Pila en las comunidades originarias.”
Esta asociación civil tiene la particularidad de financiarse principalmente mediante donantes particulares y empresas privadas. El espíritu de ello es contribuir al Estado.
“Hago mucha campaña para que le gente entienda que lo que más necesitamos son recursos económicos porque la decisión de Pata Pila es llevar personas a vivir y trabajar en las comunidades, y para eso hay que pagarle un sueldo. El 90% de los recursos de Pata Pila son para el equipo de profesionales. Poder tener una nutricionista más, un médico más, una trabajadora social más es clave. No es un tema de llevar donaciones. Peleamos contra el asistencialismo y las comunidades están mal acostumbradas a que la gente vaya y le dé cosas, se saquen la foto y no aparezcan nunca más. Eso no transforma la realidad. La trabajadora social canaliza la entrega de donaciones pero siempre en el marco de un proceso que está haciendo la familia para salir adelante también por sus propios medios. Nosotros vivimos con la comunidad y terminamos siendo parte de la misma porque es el único modo de transformar realidades”, concluyó Diego Bustamante.
Fuente: Ambito.