El candidato a presidente, Alberto Fernandez habló sobre su otra pasión, la música y su guitarra
Todos los días, el candidato a presidente por el Frente de Todos busca hacerse un espacio en el fragor político para tocar la guitarra ya que expresó, «es mi cable a tiempo». Alberto Fernández imagina una gestión cultural en la que puedan alentarse desde el Estado distintas expresiones populares. Además quiere expandir los derechos de creación e interpretación, retomando aquello que siguió de cerca cuando fue Jefe de Gabinete de Néstor y de Cristina Kirchner.
En pleno auge de reuniones, llamadas y entrevistas de campaña, el candidato Fernández hace un alto en su agenda para hablar de un tema interesante pero relegado por las elecciones, los aliados, las definiciones económicas y otras urgencias de la realpolitik: la cultura no sólo como política de Estado, sino también como construcción social. Un espacio de discusión simbólica que, según Fernández, encima se encuentra en un “gran remolino” porque “cambia todo a gran velocidad y aparecen cosas y formas insospechadas”.
En ese sentido, Alberto Fernández reconoce una “obsesión” por los derechos creativos y de interpretación artística. Un terreno históricamente complejo en Argentina y por el que Fernández se interesó cuando fue Jefe de Gabinete. “Trabajamos mucho con Susana Rinaldi y Atilio Stampone en preservar los derechos del intérprete musical”, recuerda. “Y allí surgió la idea, a instancias de Soriano y Marrale, entre otros, de dedicarnos al intérprete actoral. Varios canales de televisión repetían cosas viejas porque les salía cero pesos. Es decir: años enteros en los que los actores no cobraban nada por lo que habían hecho. Entonces pusimos reglas de protección al intérprete. Defender este tipo de derechos es una de las tareas fundamentales para que la cultura tenga sentido”.
“Siempre creí que una de las deudas que tiene la política con la cultura es la de proteger más a los hacedores. Sea músico, actor, intérprete, plástico. La política, en eso, es medio impiadosa con los artistas. Porque de algún modo también los terminan usando muchas veces para recitales, para festivales, para muestras. Pero en verdad lo que necesitamos es que ellos puedan vivir, crecer y seguir creando”, evalúa con un dejo de autocrítica. Y también con otro de prudencia: “Está claro que vamos a tener dificultades porque Macri nos deja una economía diezmada, pero hay que hacer un esfuerzo por generar nuevos valores y referencias culturales en una época compleja”.
Para Fernández, “el hecho artístico en sí mismo es muy valioso socialmente”. Y lo analiza desde ese plano: “Así como necesitamos comida para la panza, también necesitamos arte para el alma. Hay una teoría de que los sectores más humildes no consumen cierto tipo de arte. ¿No te pusiste a pensar que a lo mejor es porque nunca les llegó, porque nunca se los mandaron? Recuerdo a Miguel Ángel Estrella yendo a tocar música clásica a una villa… ¡y fue un éxito! Hay un músculo que espera ser estimulado”.
Está claro que, más allá de las declamaciones de campaña y las urgencias discursivas del minuto a minuto, Alberto Fernández apela para hablar del asunto no sólo a su nervio político, sino también a un reservorio que lo habilita desde otro lugar: su largo -y no tan detallado- recorrido como músico, autor y compositor a consecuencia de su aproximación a la cultura rock. Un camino que lo llevó no solo a escuchar canciones y comprar discos, sino también a aprender guitarra, tocar, componer y hasta grabar ocasionalmente. En ese sentido, su figura entraña una curiosidad del escenario electoral: por un lado pertenece al núcleo duro de la realpolitik, pero a la vez tiene un pie en el campo que por naturaleza cuestiona a aquella, que es el de la cultura popular.
Y si bien su predicamento artístico nunca se ubicó en un lugar de extrema disidencia con “lo político”, tendió ciertos canales con aquello que se presentaba como alternativa a determinadas hegemonías instaladas: alumno fugaz de guitarra (y amigo para siempre) de Litto Nebbia, lector obsesivo de Walt Whitman y fanático de Bob Dylan y Joan Báez, creador compulsivo de canciones y hasta editor independiente de discos propios. Fernández atribuye esta formación cultural a una cuestión generacional: perteneció a la juventud criada entre la efervescencia del regreso de Perón y la expansión del rock como fenómeno social. Entre proclamas y canciones; tensiones sobre las que discutían identidad muchos jóvenes de los ’70.
“La ideología de una persona está determinada por muchas cosas. Perón claramente me influyó, sobre todo en materia política, no caben dudas”, despeja Alberto Fernández. Pero también reconoce otras motivaciones intelectuales por fuera de la liturgia orgánica-partidaria. Como el primer disco que se compró en su vida: un simple de Los Gatos con Pappo. “Tenía once años y en mi casa nadie tocaba ni se escuchaba nada en particular. El vinilo traía ‘Sueña y corre’ y ‘Soy de cualquier lugar’. Me pareció increíble y quedé muy pegado con eso”, recuerda.
Vio al Invisible de Spinetta en los carnavales de All Boys, se fascinó con la prédica comunitaria del Arco Iris de Santaolalla y asistió al Festival del Triunfo Peronista, un mítico evento tras el triunfo de Cámpora que vinculaba por primera vez al incipiente rock doméstico con el peronismo. “Ahí ya fui como militante”, aclara. Aunque, al mismo tiempo, su fanatismo por Litto Nebbia lo llevó a convencerlo de que le enseñe guitarra. “Y a los trece o catorce ya era un tocador más o menos bueno”, asume.
Desde entonces y hasta la fecha, Alberto Fernández toca la guitarra todos los días si le es posible. “Lo necesito, es mi cable a tierra”, jura. En su departamento hay varias guitarras acústicas, dos de ellas de pie y a mano en el living: la Gibson que usa habitualmente y una Epiphone para quien guste. Una vez terminada la entrevista, traerá otra Gibson (“fue la última de Pappo, con la que grabó la hermosa balada ‘Katmandú’”) y mostrará unos acordes de “Desconfío”, del propio Pappo, y de “Natural”, de Tanguito. En ambas ocasiones acompañará además con unas armonías vocales muy interesantes. Durante todos esos minutos de entrevista sonríe como nunca y logra trasmitir que la música también le llena el alma.
Fuente: Página12