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«El manejo de los tiempos de un modo distinto al que contempla la ley, junto a la tolerancia respecto del gobierno de turno y la persecución al saliente, constituyen aspectos característicos de nuestro sistema judicial», afirma el fiscal federal Federico Delgado en su último libro, «La cara injusta de la Justicia» (en coautoría con Catalina de Elía), en el que da cuenta de la deslegitimación que atraviesa ese poder y en el que esboza algunas propuestas para mejorarlo.

Con el cambio de gobierno, tras las asunción del presidente Mauricio Macri el 10 de diciembre de 2015, pero sobre todo en un año electoral (en octubre se celebraron elecciones legislativas), los tribunales de Comodoro Py experimentaron una inusitada dinámica. Sin embargo, el ritmo frenético que los jueces y fiscales federales se impusieron en este tiempo para acelerar causas contra funcionarios como la expresidenta Cristina de Kirchner o el ex ministro de Planificación kirchnerista, Julio De Vido, no resulta una sorpresa en el entorno judicial.

Delgado explica en diálogo con ambito.com, cómo está formada la burocracia judicial, qué valores la atraviesan, qué méritos deben tener para ser elegidos e introduce propuestas para mejorar el sistema.

Periodista: ¿Qué cree que se debe cambiar para que la Justicia tenga una sola cara?

Federico Delgado: La Justicia es algo demasiado serio para dejarlo en manos de los abogados solamente. La historia de la Justicia en occidente está ligada a la participación ciudadana. El ciudadano era el que iba al ágora a discutir en Grecia y el que además, participaba en los juicios. Yo no digo que eso se pueda volver a repetir en este contexto. Sin embargo, me parece que lo que hay que recuperar es la posibilidad de volver a reconciliar la ley con la justicia.

P.: ¿Y de qué manera?

F.D.: En Argentina la Justicia se acerca a los casos a través del positivismo: resuelve los conflictos de manera legal pero la gente los percibe como injustos. Esa tensión es el pecado capital del sistema judicial argentino: haber divorciado la ley de la Justicia. El secreto, en términos de ingeniería, es que haya un vencedor pero que el vencido respete esa decisión y a la vez sea incluido en la misma.

P.: ¿Qué otros mecanismos se pueden introducir para mejorar la Justicia?

F.D.: No hay un sistema de incentivos para trabajar lo mejor posible. No hay premios y castigos. Es lo mismo un juez que trabaja doce horas por día que el que trabaja doce horas por mes. No es lo mismo un fiscal que destapa 100 casos que el que no destapa ninguno. Esto atraviesa a toda la burocracia argentina. Por eso hay que aplicar un mecanismo de rendición de cuentas y crear incentivos normativos que generen las condiciones para que gane la meritocracia. Hemos derogado la historia de los premios y castigos y eso es terrible porque la lógica meritocrática queda desplazada por otras.

P.: La escena de Sergio Maldonado custodiando por siete horas el cuerpo de su hermano en el río Chubut, ¿da cuenta de la máxima degradación de la Justicia?

F.D.: Ese hecho en sí mismo expresa el nivel de legitimidad de la Justicia. Víctimas que desconfían tanto de la palabra del Estado que se quedan a custodiar un cuerpo porque tienen miedo que el Estado lo manipule. Como será que el propio juez (Gustavo Lleral) tiene que acompañarlo. Hay una desconfianza hacia adentro también. El juez no sólo custodia personalmente el traslado del cuerpo para una autopsia, sino que además tiene que rever él en persona el uso de los celulares porque tiene miedo que hagan algo indebido. Yo creo que los argentinos nos hemos habituado a vivir mal. Cuando ves esos hechos comenzás a entender por qué hay justicia por mano propia, por qué la gente amasija a los violadores, por qué hay linchamientos.

P.: ¿Qué reflexión hace del caso?

F.D.: Lo que muestra el caso Maldonado son las famosas «zonas marrones», donde la soberanía del Estado no llega. Hay territorios que los tuvo que negociar. El Estado ejerce el monopolio de la fuerza y del territorio y acá tuvo que negociar cómo ejercer su soberanía. Me parece que el nivel de vida pública se ha proletarizado tanto, que hay demasiados espacios donde la ley rige formalmente pero no materialmente.

P.: La denuncia por encubrimiento que pesa contra el presidente Macri y otros funcionarios, ¿en qué instancia está?

F.D.: Tiene que definir la Cámara Federal. El abogado denunciante, (Eduardo) Barcesat dice que se buscó mal a propósito. Que hubo una intención de hacer las cosas mal. Eso es lo que se investiga.

P.: Un fallo avala la remoción de Gils Carbó sin necesidad de un juicio político. El juez Pablo Cayssials consideró «inconstitucional» un artículo de la ley del Ministerio Público que equipara al procurador general con los jueces de la Corte.

F.D.: Deja una zona brumosa sobre cómo se remueve un procurador. Hay que ver si queda firme. Eso seguramente se apele. Hay que respetar los procedimientos y los caminos constituidos. La propia (Elisa) Carrió cuando quisieron hacer un mecanismo nuevo para destituir a la Procuradora dijo que no. Me parece sano eso.

P.: ¿Le tocó ser víctima de gobiernos fuertes?

F.D.: Siempre. No es fácil investigar al poder instituido. Yo trato de hacer mi trabajo. La única amenaza concreta que recibí fue por televisión por el caso Time Warp. Y no me defendió nadie. No hubo una sola instancia institucional. Miedo no me da pero eso describe cómo trabajamos. Después con el caso Panamá Papers nunca tuve amenazas. Lo que sí hay son mecanismos de desgaste. Que un diputado diga que soy de Justicia Legítima cuando es mentira. O que digan que soy kirchnerista cuando es mentira. Lo que digo es que siempre hay mecanismos de desgaste. Después, cuando se llevó a cabo la elevación a juicio de (Julio) De Vido por la causa de los trenes, él publicó una carta diciendo que yo era de Cambiemos. Eso explica un poco lo que es nuestra vida pública. Si tuviésemos una vida pública más rica tendríamos mejores trenes, no tendríamos la tragedia de Once. Hay que tomar conciencia de que está mal vivir mal.

P.: ¿Siente más, menos o igual libertad para trabajar con el cambio de Gobierno?

F.D.: La libertad se ejerce. Yo la siento como la sentí siempre. Pero no es fácil investigar a ningún poder en Argentina. Por la porosidad de las instituciones.

P.: La muerte del fiscal Alberto Nisman, ¿condicionó el trabajo del resto de los fiscales?

F.D.: No sabemos cómo murió. Eso expresa la crisis judicial. No pudimos determinar las causas de la muerte y las dos versiones se deslegitiman recíprocamente. Lo que pasó con Nisman te hace tomar conciencia de la fragilidad. Tomás conciencia cuando la pelota te pasa cerca.

P.: Odebrecht: ¿Se puede avanzar en la causa como se avanzó en Perú o Brasil?

F.D.: Definitivamente no. Brasil hizo acuerdos institucionales para recibir un cúmulo de información que viene de Estados Unidos. Esos arreglos básicamente suponen que el Estado hace algo que se puede discutir en términos éticos pero que es eficaz, que es canjear impunidad por información. El Estado se pone a negociar con delincuentes. Pero el mundo va hacia ese lugar. El de la delación premiada.

  • El camino hasta llegar a fiscal federal
  • P.: ¿Cómo fue su carrera?

    F.D.: Yo entré de meritorio a tribunales. A un juzgado de instrucción ordinario. Me recibí muy joven de abogado en la UBA (Universidad de Buenos Aires). Y tuve mucha suerte porque cuando me recibí, (el ex juez) León Arslanian hizo la reforma de juicio oral. La ley que está actualmente vigente. Eso hizo que hubiera una fenomenal cantidad de puestos a cubrir y hacían falta abogados. Yo, con 23 años y el título de abogado, pegué un salto. Cuando empezaba el sistema de concursos quedaban dos vacantes para cubrir. Había una donde yo trabajaba y otra en una fiscalía federal. Mi jefe, que era (Germán) Moldes, actual fiscal, me dice que podía pelear para que me nombren.

    P.: ¿Ese es el famoso padrinazgo?

    F.D.: Sí, ese es el famoso padrinazgo. Mi superior hizo fuerza para que entrara. Así fue. Fui el último que se nombró sin concurso. Después gané un concurso en la época de Esteban Righi (ex Procurador General).

    P.: ¿Esto sigue funcionando igual hoy en día?

    F.D.: Hay concursos, pero es la misma lógica. En los concursos hay márgenes de discrecionalidad que lo que terminan definiendo es una variable más: además de ganarlo, tenés que tener un contacto.


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