Cambalache
Por Raúl S. Vinokurov
Seguramente al analizar la actualidad del mundo el eje pasará por la pandemia, sus discutidas causas y sus innegables resultados. Si lo trasladamos a nuestro país también, aunque nos preocupan mucho más las muy lamentables consecuencias. Las futuras y las que ya estamos padeciendo. En el extenso listado de efectos se mezclan y mucho, varios de distintas índoles. Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclado la vida….
En la tele vemos que es lo mismo un burro que un gran profesor. A los presos como medida terapéutica se les entregan celulares, que por supuesto utilizan para planificar organizadas revueltas y lograr así libertades que nadie podrá controlar. No hace falta aclarar que habrá liberaciones para variada calidad de presos. No pienses más, a nadie importa si naciste honrado.
En medio de la crisis provocada por este más que minúsculo objeto llamado coronavirus, hay muchas instituciones que no funcionan, escuelas de todo tipo, la justicia para algunas cosas, muchos sectores de la administración pública, el transporte de media y larga distancia, el comercio y la producción en general y otras actividades. Pero hay ámbitos que funcionan, como la salud, locales de cobro de impuestos y servicios, algo de transporte urbano, supermercados, rotiserías y parcialmente los bancos. También trabajan, y mucho lamentablemente, los sectores que impulsan la libertad de delincuentes mezclados con algunos corruptos con condena, poniendo de manifiesto diferencias y grietas en los sectores gobernantes. Dale que va, que es lo mismo el que labura, que el que mata o el que cura. Todo se mezcla en la vidriera irrespetuosa, en el mismo lodo todos manoseados, describía Discépolo hace 90 años.
También sirvió la pandemia para descubrir que existía escaso o nulo control sobre los geriátricos, conocemos ahora que no hay o no hubo el debido control sanitario en las prisiones provocando contagios en el personal y el principal argumento planteado por los presos, gracias al corona ahora sabemos que hay barrios donde vive mucha gente, que no tienen agua potable o cloacas. Descubrimos que los principales cuidadores de nuestra salud y nuestras vidas, no estaban debidamente protegidos y aún hoy continúan las protestas en ese sector. Faltaba inversión en salud nos dicen, vaya novedad. Nunca es suficiente la inversión en salud y educación, aunque esto nadie lo corrija.
En la profunda y sabia filosofía que expresa Enrique Santos Discépolo, al mismo tiempo que describe una indiscutible realidad, la acepta como cosa instalada, de la cual ya no podemos volver atrás. Y eso es aún más lamentable que el reconocimiento de que vivimos revolcados en un gran merengue.
Discépolo nos dice que Don Chicho, renombrado, en la época, gánster de Rosario va junto a Carnera, famoso boxeador italiano, y ambos comparten cartel con nuestro prócer San Martín y algunos más. Todos igualados, todo es igual, nada es mejor. El que roba, el que mata y está fuera de la ley. Y eso no podemos ni debemos aceptar.
Todos somos iguales ante la ley. Todos tenemos derecho a la libertad, a trabajar, a estudiar, a la salud, a una vida digna y tantos derechos más. Pero también sabemos que si incumplimos con la ley, si avasallamos derechos de otros, de cualquier tipo o índole, dejamos de ser iguales.
Si pudiera, le diría a Discépolo que no es lo mismo ser honrado que ladrón, ignorante o sabio, derecho o traidor. Hoy es fundamental para el futuro del país protegernos de las calamidades que nos plantea a través de sus magníficas metáforas y que el microscópico virus nos confirma.
Seguramente, cuando se escriba la historia de estos meses, el más que famoso coronavirus ocupará un destacado lugar en la vidriera de este cambalache que ahora tiene más cosas para exhibir, mucho más que la Biblia junto al calefón.